©Sitios en el Corazón /Sergio Canadè - D.Winnicott
fragmento de la última parte de la Conferencia pronunciada en la División de Psicoterapia y Psiquiatría Social de la Real Asociación Médico-Psicológica, 8 de marzo de 1967
Las tres vidas
Mis últimas palabras serán para referirme a las tres vidas que viven las personas sanas.
1. La vida en el mundo, en la que las relaciones interpersonales son la clave, incluso en lo que se refiere a la utilización del ambiente no humano.
2. La vida de la realidad psíquica personal (o interior, según se la llama a veces). Es aquí donde una persona es más rica que otra, más profunda y más interesante cuando es creativa. Incluye los sueños (o aquello de lo que surge el material de los sueños). Ambas son conocidas por ustedes, y es sabido que tanto una como la otra pueden utilizarse como defensa: el extravertido necesita encontrar fantasía en la vida, y el introvertido puede volverse independiente, invulnerable, aislado y socialmente inútil. Pero hay otra área de que la salud humana puede disfrutar, que es difícil de clasificar para la teoría psicoanalítica:
3. El área de la experiencia cultural.
La experiencia cultural comienza como un juego y conduce al campo total de la herencia humana, incluyendo las artes, los mitos de la historia, la lenta marcha del pensamiento filosófico y los misterios de la matemática, del manejo de grupos y de la religión. ¿Dónde se localiza esta tercera vida de la experiencia cultural? No en la realidad psíquica personal o interna, ya que no es un sueño sino una parte de la realidad compartida. Tampoco puede asimilársela a las relaciones externas, porque está dominada por sueños. Además, es la más variable de las tres vidas; en algunas personas ansiosas e inquietas casi no está representada, mientras que para otras es el aspecto importante de la existencia humana, del que no hay siquiera vestigios en los animales. Porque a esta área corresponden no sólo el juego y el sentido del humor, sino también toda la cultura acumulada a lo largo de los últimos cinco o diez mil años. En ella puede actuar el buen intelecto. Es, sin excepción, un subproducto de la salud. En mi intento de establecer dónde está localizada la experiencia cultural, he llegado a esta conclusión provisional: comienza en el espacio potencial entre un niño y su madre cuando la experiencia le ha enseñado al niño a confiar profundamente en la madre, en que ella no dejará de estar a su lado cuando de pronto la necesite. En esto coincido con Fred Plaut (3), quien afirma que la confianza es la clave para que se establezca esta área de experiencia saludable.
Cultura y separación
De este modo puede demostrarse que la salud tiene relación con el vivir, con la riqueza interior y, aunque de manera diferente, con la capacidad de tener experiencia cultural. En otras palabras, en la salud no hay separación, porque en el área de espacio-tiempo que existe entre el niño y la madre, el niño (y también el adulto) vive creativamente, recurriendo a los materiales a su alcance, se trate de un pedazo de madera o de un cuarteto de Beethoven. Esto es un desarrollo del concepto de fenómenos transicionales. Aunque podrían decirse muchas otras cosas sobre la salud, espero haber transmitido la idea de que, para mí, el ser humano es único. La etología no es suficiente. Los seres humanos tienen instintos y funciones animales, y a veces se asemejan mucho a los animales. Quizá los leones sean más nobles, más ágiles los monos, más airosas las gacelas, más sinuosas las serpientes, más prolíficos los peces y más afortunados los pájaros, ya que pueden volar, pero los seres humanos en sí mismos no son nada desdeñables, y cuando son lo bastante sanos tienen experiencias culturales que superan las de cualquier animal (excepto tal vez las de las ballenas y otras especies afines). Son los seres humanos los que tienen la posibilidad de destruir el mundo. Si lo hacen, tal vez muramos en la última explosión atómica sabiendo que todo fue a causa, no de la salud, sino del miedo; que fue parte del fracaso de la gente sana y de la sociedad sana en hacerse cargo de sus miembros enfermos.
Pablo Picasso - Françoise, Claude y Paloma - 1954
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