©Massimo Brega/Corbis - hoja de álamo en otoño
COMIENZO DE LA NOVELA DEL OTOÑO TARDÍO
El barco de pasajeros huele a aceite y algo castañea todo el tiempo como una obsesión. El foco se enciende. Nos acercamos al muelle. Solo yo bajaré aquí"¿Necesitas la pasarela?" No. Doy un largo brinco vacilante directo hacia la noche y ya estoy en el muelle, en la isla. Me siento mojado y torpe, mariposa que acaba de salir del capullo; las bolsas de plástico cuelgan de mis manos como alas atrofiadas. Me vuelvo y veo el barco que se aleja deslizándose con sus ventanillas iluminadas, después camino a tientas hasta la casa que estuvo tanto tiempo vacía. Todas las casas de la vecindad están vacías...Da gusto dormir aquí. Me tumbo boca arriba y no sé si estoy dormido o despierto. Algunos libros que he leído pasan a mi lado como viejos veleros junto al Triángulo de las Bermudas, para luego desaparecer sin dejar huellas...Se oye un sonido hueco, un distraído tamborileo. Un objeto que el viento una y otra vez golpea contra algo que la tierra mantiene inmóvil. Si la noche no es solamente la ausencia de la luz, si la noche es realmente algo, entonces es este sonido, sonido de estetoscopio de un corazón lento, que palpita, se calla un rato, vuelve. Como si el ser se moviese en zigzag en la Frontera. O como alguien que golpease la pared, alguien que pertenece al otro mundo pero que permanece aquí, golpea, quiere regresar. ¡Demasiado tarde! No tuvo tiempo de llegar abajo, no tuvo tiempo de llegar arriba, no tuvo tiempo de llegar a bordo...El otro mundo es también este mundo. A la mañana siguiente veo una vivaz rama marrón dorada. Una reptante raíz arrancada. Piedras con rostros. El bosque está lleno de monstruos dejados atrás, a los que amo.
Tomas Tranströmer
extraído del libro El cielo a medio hacer
traducción de Roberto Mascaró
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