©Musée d´Orsay/Toulouse Lautrec - El beso en la cama - 1892
Alain Badiou - Fragmento de Elogio del amor
En su obra Condiciones usted rechaza ciertas ideas tenaces sobre el amor, particularmente la concepción del sentimiento amoroso como ilusión, muy querida por la tradición pesimista de los moralistas franceses, según la cual el amor no es más que “el semblante ornamental por donde pasa lo real del sexo” o bien que “el deseo y el goce sexual son el fondo del amor”. ¿Por qué critica esta concepción?
Esta concepción moralista pertenece a una tradición escéptica. Y esta filosofía pretende que en realidad el amor no existe y que no es más que el oropel del deseo. Según esta visión, el amor no es más que una construcción imaginaria pegada sobre el deseo sexual. Esta concepción, que tiene una larga historia, nos invita a desconfiar del amor. Por ello, pertenece ya al registro securitario, porque consiste en decir: “Escucha, si tienes deseos sexuales, realízalos. Pero no te hagas ilusiones con la idea de que es necesario amar a alguien. ¡Prescinde de todo eso y ve derecho al objetivo!” Pero en este caso, yo simplemente diría que el amor es descalificado -o deconstruido, si se quiere en nombre de lo real del sexo.
Sobre este punto quisiera hacer valer mi experiencia viva. Yo conozco, y creo que un poco como todo el mundo, la insistencia del deseo sexual. Mi edad no me lo ha hecho olvidar. También sé que el amor inscribe en su devenir la realización de este deseo. Y es un punto importante porque, como toda una literatura muy antigua nos dice, el cumplimiento del deseo sexual funciona también como una de las raras pruebas materiales, absolutamente ligada al cuerpo, de que el amor es algo más que una declaración. La declaración del tipo “te amo” sella el acontecimiento del encuentro, y es fundamental: compromete. Pero liberar nuestro cuerpo, desnudarnos para el otro, cumplir los gestos inmemoriales, renunciar a todo pudor, criar, toda esa entrada en escena del cuerpo vale como prueba de un abandono al amor. Y, por lo mismo, se trata de una diferencia esencial con la amistad.
La amistad no tiene prueba corporal, resonancia en el goce del cuerpo. Y ello porque es un sentimiento más intelectual, de ahí que aquellos filósofos que desconfían de la pasión lo hayan preferido siempre. El amor, sobre todo en la duración, tiene todos los rasgos positivos de la amistad.
Pero el amor se relaciona con la totalidad del ser del otro, y el abandono del cuerpo es el símbolo material de esta totalidad. Se dirá: “¡Pero no! Es el deseo y sólo él quien funciona, entonces.”. Yo sostengo que, en el elemento del amor declarado, es esta declaración, incluso si es todavía latente, la que produce los efectos de deseo, y no directamente el deseo. El amor quiere que su prueba envuelva el deseo.
La ceremonia de los cuerpos es entonces el testimonio material de la palabra, es aquello a través de lo cual pasa la idea de que la promesa de una reinvención de la vida será sostenida, y primero a ras de cuerpo. Pero los amantes saben, hasta en el más violento delirio, que el amor está ahí, como un ángel guardián de los cuerpos, en el despertar, en la mañana, cuando la paz desciende sobre la prueba de que los cuerpos han entendido la declaración de amor. He ahí la razón por la cual el amor no puede ser, y creo que no lo es para nadie sino para los ideólogos interesados en su pérdida, un simple revestimiento del deseo sexual, una astucia complicada y quimérica para que se cumpla la reproducción de la especie.
En Elogio del amor, (fragmento) una conversación con Nicolas Truong
Traductor: Solé Mariño, José María
©Musée d´Orsay/Toulouse Lautrec - En la cama - 1892
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