Relucen las fresas en el huerto,
dulzonas, penetrantes huelen,
siento como si en cualquier momento
de entre todo ese verdor
fuese a aparecer mi madre.
Imagino que soy un niño
y que todo lo he soñado:
lo que malgasté, lo que no hice,
lo perdido en el juego, lo extraviado.
Ahí, en la paz del huerto,
sigue ante mí el mundo:
todo me pertenece,
nada se me ha negado.
Me detengo, aturdido,
no me atrevo a moverme:
que no se disipe ese aroma
y, con él, mi buena hora.
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