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Un hombre de mirada huidiza en el cementerio de Montparnasse. Merodea la tumba de la escritora Marguerite Duras. Cuando presiente que nadie lo ve, se aproxima y --palabras suyas-- "pone orden". Quita los billetes de metro dejados como ofrendas sobre la lápida. Cambia las flores marchitas por otras nuevas. Es como el guardián de un mausoleo.
El hombre se llama Yann Andréa, último amante y compañero de Marguerite Duras. Desde la muerte de ella, en marzo de 1996, se siente "una basura". Desea morir pero no se atreve a matarse. Y, sin embargo, el 30 de julio de 1998, algo en él parece reaccionar. Llama a su madre. Pide auxilio. La madre apenas lo reconoce: veinte kilos de más. Y eso que, para evitarle un impacto todavía mayor, se afeitó por la noche una tupida barba.
Noviembre de 1998. Tras una cura otoñal junto a su madre, Yann Andréa vuelve a París, dispuesto a instalarse en casa de Duras, a pocos metros del célebre Café de Flore. Y allí, entre libros y objetos que la evocan, escribe en menos de dos meses, febrilmente, un libro que narra su vida con ella: Cet amour-là.
El libro, publicado hace un par de años por la editorial Pauvert, es todo un éxito. Lo invitan a la televisión. Lo nominan para varios premios literarios. Lo leen. Leen su libro que parece la contracara de todos aquellos de Duras con él como protagonista. Leen su prosa que, suscinta y punzante, trae enseguida a la memoria la prosa de ella.
Ahora el libro es llevado al cine. La película también se llama Cet amour là (Este amor) y acaba de ser estrenada en Francia. La directora, Josée Dayan, ha escogido sabiamente a Jeanne Moreau para que haga de Duras. En el rol de Yann, un actor joven: Aymeric Demarigny. Otros rostros pero la misma historia, compleja y tortuosa.
El que dice: "Si mañana me muero o me mato, usted hará un pequeño libro en quince días, estoy seguro". Ella que responde: "No diga eso, Yann, se lo suplico. No diga un pequeño libro. Diga un libro".
Yann Andréa tiene poco más de veinte años cuando por azar se topa con un Les Petits Cheveaux de Tarquinia de Marguerite Duras y queda tan deslumbrado por esa prosa que abandona todas las otras lecturas, Hegel, Kant, Stendhal, para consagrarse a esa autora de la que aún ignora el rostro. Se convierte en su lector absoluto, y un día de 1975 oye decir que Duras viajará a Caen, el pueblo donde él vive, para presentar su filme India Song.
Piensa en ir con un gran ramo de flores. No se atreve. Lleva en reemplazo un libro de ella, a la espera de una firma. "Ella firma. Le digo: Quisiera escribirle. Ella da una dirección en París", recuerda en Cet-amour là. Duras narra el encuentro de manera diferente en su Yann Andréa Steiner, publicado en 1992. Dice que él la acompañó luego hasta su auto y que le hizo dos preguntas: si tenía amantes y cuán deprisa conducía de noche. A la primera ella contestó que ninguno, "lo que era cierto". A la segunda: 140.
A partir del día siguiente, Yann empieza a escribirle, incontinente. A Duras le encantan esas cartas casi siempre cortas, como "llamados urgentes enviados desde un lugar invivible". A veces él pone, a guisa de encabezado, el lugar desde el que las remite. Otras veces la hora, el clima (sol o lluvia) o nada más que "frío" o "solo". En La Vie Materielle, Duras confiesa: "Yo también escribí cartas, como Yann hizo conmigo, durante dos años, a alguien que nunca había visto personalmente". Tal vez por esto no le contesta desde un principio.
La primera respuesta llega al cabo de cinco años, a comienzos de 1980. Duras le envía su nuevo libro: L'Homme assis dans le couloir. Yann queda descolocado porque no le gusta tanto como los antecesores. No comprende bien "esa historia de sexo". No quiere mentirle y deja de escribir. El correo trae un segundo ejemplar más una nota: "Tal vez no recibió el primero". Luego otros: Navire Night, Aurélia Steiner y Les Maines négatives. Sobre todo Aurélia Steiner, con una escueta carta que conmueve a Yann: " Estuve enferma, ando mejor, es el alcohol, acabo de terminar esto para el cine, creo que un texto es para usted".
Yann reemprende la correspondencia. Agrega incluso poemas de su autoría. "Algunos me parecieron muy hermosos, otros menos pero no sabía cómo decírselo". Para ella las cartas son "los verdaderos poemas". Yann, entretanto, las raras veces que viaja a París, tiene tanto terror de cruzarse por la calle con Duras que evita la zona de Saint Germain.
Hasta que, en julio de 1980, ella empieza a escribir desde su casa de verano, en Trouville, una columna semanal para el diario Libération, en la que se dirige a cierto "niño de los ojos grises", y Yann tiene la certeza de que esas historias son para él. Resuelve llamar por teléfono. Duras oye su voz, "ligeramente alterada" por los nervios.
«Digo: es Yann. Ella habla. Por mucho tiempo. Tengo miedo de no tener suficiente dinero para pagar la comunicación. Estoy en el correo de Caen. No puedo decirle que pare de hablar. Ella se olvida del tiempo. Y dice: venga a Trouville, no es lejos de Caen.»
Cerca de Trouville, en Normandía, hay una aldea de pescadores denominada Honfleur. Duras propone subirse a su Peugeot y dirigirse allí. Quiere mostrarle "el esplendor del Havre". Ella conduce y él observa, callado. Al punto ella dice: "No va a pagar un hotel, además está todo completo, la habitación de mi hijo está vacía, él no está, puede dormir allí".
Esa noche "ningún ruido vino de esa habitación, igual que cuando estaba sola", escribió ella en Yann Andréa Steiner. La segunda noche conversaron de literatura. La tercera, hicieron el amor. "Usted vino a mi cuarto. No dijimos una palabra. Luego me dijo que yo tenía un cuerpo increíblemente joven". Duras llora. Yann le pide que no lo haga. Ella responde que podría "llorar con todo mi cuerpo". Que escribir, para ella, equivale a llorar.
Casi cuarenta años de diferencia hay entre Duras y Yann. El nació en 1952. Ella en 1914. Así y todo, él será su amante. El último. Será el encargado de pasar a máquina sus libros. Será también, con el paso del tiempo, chofer o cocinero o enfermero. Y cuando en 1981 Duras publique Outside, una recopilación de viejos artículos y textos, Yann será quien se ocupe de la selección. "Yo no juzgué los papeles, no los releí. Yann Andréa lo hizo por mí".
El primer libro que él tipea es L'eté 80. Duras se lo dedica. "A Yann Andréa", reza el epígrafe. Lo ha rebautizado (él se llama Jean y Andréa es el nombre de su madre), del mismo modo que ella abandonara el apellido paterno, Donnadieu, para adoptar el nombre de un pequeño pueblo al norte de Marmande en el que su padre había adquirido, en 1931, una propiedad. Duras, se llama el pueblo. Duras, dirá Yann en lugar de Marguerite.
"Nunca pude tutearla. A ella le hubiese gustado. Que la tuteara, que la llamase por su nombre. Pero eso no salía de mis labios".
Llega pronto la primera crisis: Yann es homosexual, dato soslayado en ambos libros (el de ella acerca de él; el de él acerca de ella) pero dicho a las claras por Duras en La vie materielle: "Me ha ocurrido esta historia a los sesenta y cinco años con Y. A., homosexual. Es sin duda lo más inesperado de esta última parte de mi vida, lo más terrorífico, lo más importante".
En su novela La maladie de la mort, Duras pone en el centro de la escena a un homosexual. Algunos críticos entienden que Yann está en la base del personaje. Maurice Blanchot observa, sin embargo, que a lo largo del libro la palabra "homosexualidad" no aparece escrita ni una sola vez. "Todos los hombres son homosexuales en potencia, sólo les falta saberlo" afirma ella en La vie materielle.
Empieza a ocurrir por entonces que Yann abandona a Duras, que ella casi no lo ve. En La pute de la côte Normande puede leerse: "El nunca está aquí, en el piso que habitamos juntos, al borde del mar. Se va a los grandes hoteles, en busca de hombres hermosos. También busca en los campos de golf. Se sienta en el hall del Hotel du Golf y espera, observa. (...) A veces se queda dormido sobre los canapés del Hotel du Golf, pero está tan bien vestido, está tan elegante, Yann, todo de blanco, que lo dejan dormir".
La primera separación de importancia, en junio de 1981, depara el guión de una película. Cuando Yann regresa, Duras lo filma. El no sabe cómo comportarse ante las cámaras. Los planos serán empleados en L'Homme Atlantique. Filme extraño. El actor que aparece en la pantalla es el mismo personaje al que se dirige ella, como narradora en off: objeto y sujeto.
Duras escribe un artículo en Le Monde, anunciando el estreno. Visto que el cine se halla a trasmano, aconseja qué ómnibus tomarse. Pero al final pone: "No vayáis, este filme no está hecho para vosotros". Yann sospecha el motivo de estas frases:
«Quiere guardar la imagen, mi rostro, para ella y nadie más. No soporta que alguien pueda mirarme.»
Siente que Duras lo esconde, que lo mantiene al margen de sus excursiones a la mundanidad de París. "Me encierra", protesta. Un día ella decide presentarlo en público.
«Estamos en Lisboa. Hay una restrospectiva de los films de Duras. Es mi primera salida oficial con ella. No sé dónde ponerme. Ella no me presenta a nadie, no dice nada, me deja olvidado. (...) Durante la cena, alguien me pregunta qué hago. No sé qué responder y entonces digo: nada. Ella está sentada cerca del embajador, al otro lado de la mesa, y escucha la palabra: nada. Dice muy fuerte: es fantástico lo que usted acaba de decir. Ya no sé a quién mirar. Cómo comer. Ella sigue hablando con el embajador. Y luego agrega dirigiéndose a mí, la voz siempre muy fuerte sobre la mesa inmensa: es magnífico, hay que tener coraje para decir estas cosas, usted no hace nada, es exactamente así.»
La relación entre Duras y Yann Andréa dista de ser plácida o sencilla. El parece acomplejado ante la famosa escritora. Ella no se explica su presencia. Un día le dice: "Si yo no fuera Duras, usted nunca me habría mirado". Otro día le da un bolígrafo, una hoja y lo conmina a escribir: "Yo no amo a Marguerite". El no acata. Ella pregunta en seguida: "¿Pero quién demonios es usted? Yo no lo conozco, Yann, no sé quién es ni qué hace aquí conmigo. Si es por el dinero, le advierto que no tendrá nada, nada".
A las sospechas siguen las disputas. En Yann Andréa Steiner, él la acusa de locura por "querer pasarse el día entero escribiendo", mientras Duras lo acusa de querer asesinarla. "Tengo miedo. Como a todos los hombres, cada día, aunque más no sea por unos segundos, usted se convierte en un asesino de mujeres". Como un eco resuena aquella frase de Hiroshima, mon amour: "Tú me matas, tú me haces bien". También una vieja declaración: "Siempre he sentido un miedo físico de los hombres con los que viví".
A veces es Duras quien pone patas en la calle a Yann. "Dice: no lo soporto más. Regrese a Caen, se acabó". Pero él regresa a la mañana siguiente o incluso esa misma noche. Ella abre la puerta murmurando: "Se lo echa y vuelve. Usted no tiene dignidad".
Otras veces es Yann quien dice "no puedo más se terminó".
«Ella deja lugar al enojo, deja pronunciar los insultos y luego se acerca, me coge la mano: no, no diga eso, no es cierto, nunca se ha terminado con Duras, y usted lo sabe».
En 1983 Yann Andréa da a conocer un libro titulado M.D. Curiosamente él es el primero de ambos en romper el silencio que envuelve a su relación. Y lo hace, para colmo, con un relato de los excesos alcohólicos de Duras y de su cura de desintoxicación en 1982. El estilo de M.D. es tan parecido al de ella, sus revelaciones tan íntimas (y al mismo tiempo consignadas en un tono tan distante), que muchos llegan a insinuar que acaso el verdadero autor del libro no sea Andréa sino Duras.
En un estudio consagrado a la escritora, Aliette Amel dice que el primer libro de Yann "juega un rol primordial en la evolución de la obra de Duras". Un año después de M. D., ella escribe su "primer libro en primera persona", como le dice por TV a Bernard Pivot. Se trata, claro, de El amante. Premio Goncourt. Exito de críticas y ventas.(En la última fotografía están en el camerino de la televisión. Marguerite será entrevistada en el programa Apostrophes a raíz de haber ganado el premio Goncourt, Andréa reflejado en el espejo - fotografía de Jean Paul Guilloteau - 1984)
Vinculada de forma tangencial al nouveau roman, la obra de Duras será a partir de entonces netamente autobiográfica. Comienza, lo que Arnel y otros denominan "el ciclo Yann Andréa". Puede resultar una exageración. Pero en los libros de los años siguientes él aparecerá como personaje más o menos explícito (Les yeux bleus, cheveaux noirs) o incluso, en las novelas tardías, Duras mantendrá un diálogo con él.
Eduardo Berti
Revista Planeta Humano, Madrid, febrero de 2002
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