Carta de Víctor Hugo Pérez
Sergio era ante todo una persona buena. Una persona buena y
una buena persona. Los que tuvimos la suerte de conocerlo podemos dar fe de
ello, y sentirnos felices de haber compartido pedacitos de vida junto a él. De
haber aprendido de sus enseñanzas, o simplemente una charla, un café o una
velada a su lado.
Era una persona que destilaba paz, tranquilidad, sosiego y
que no dejaba a nadie indiferente. Con sus muchas manías y rarezas que lo
hacían singular y único, también se hacía querer por quienes lo trataban.
Sergio... espero que estés viéndonos y escuchándonos desde
algún lugar, y seguro que desde allí, te sentirás feliz y sonreirás con esa
sonrisa del niño pequeño que acaba de hacer una travesura.
Te portaste muy bien con nosotros siempre, cuando se fue mi
abuela, también conmigo cuando lo necesité, sabías escuchar, ser discreto, no
decir una palabra inapropiada, y generabas confianza.
También este verano, cuando me fastidié la pierna y me tuve
que quedar con ustedes, fueron muchos los días en que te levantabas para
llevarme el desayuno, incombustible a pesar de la enfermedad y los
padecimientos.
En Navidad nunca faltó tu regalo para mi, mi colonia, un
clásico, que te preocupabas en buscar y comprar con antelación para que no se
agotase... un detalle como tantos que tenías. Incluso este año, cuando ya casi
no podías salir de casa, te ocupaste de que todos tuviésemos nuestro detallito
para esa fecha tan especial... y nosotros, tu familia, también intentamos
hacerte sentir unas felices fiestas, sabiendo que seguramente iban a ser las
últimas que podríamos disfrutar a tu lado.
Maldita enfermedad que te fue consumiendo. Y bendita tu
fuerza de voluntad, que te permitió viajar, reír, disfrutar, ver crecer a tu
nieta, verla gatear, verla caminar, escucharla hablar y cómo te bautizó como
Seko, que así es como te llamaba y te sigue llamando Sofía.
Las fuerzas te abandonaban poco a poco, pero no las ganas de
vivir. Los largos paseos se fueron acortando, las largas veladas frente a la
tele cada vez eran más breves... el cansancio aumentaba, también las horas en
la cama... pero ahí estabas, siempre, para todo, con esa luz que nos iluminaba.
Hiciste feliz a mi madre, que es lo que más quiero en este
mundo, y sólo por eso ya te debo estar eternamente agradecido. Compartieron
muchos momentos bellos, lindos, inolvidables, que quedarán para siempre en el
recuerdo de los dos... esos viajes a París o esas vacaciones en el sur... y
miles de cosas que son de ustedes.
Qué bonita la boda, qué felices estaban, y qué felices fueron
antes, durante y después de ese momento sin duda especial.
Fue un regalo seguir disfrutando de ti después de tus
infartos, y fue otro regalo el tenerte más de un año extra con nosotros en
contra de lo que decía la ciencia. Tenías más vidas que un gato, como la
Copito, que ahora estará contenta encima de ti y sin despegarse ni un segundo,
como hacía en casa...
Desde aquí Sergio, ya lo sabes, te extrañamos, te
queremos... y no te olvidamos.
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Otros tiempos. Diciembre 2004. Víctor Hugo Pérez, Esteban Canadé, Lourdes Pérez y Sergio Canadé |